12 de diciembre de 2011

La isla de Ichnusa II

 el viento era frío y violento, 
aparcamos la furgoneta en una especie de pueblo fantasma 
que hacía de frontera entre el mar bravo 
que golpeaba con fuerza la orilla y las montañas 
que observaban impasibles el paso del tiempo.
 Llevábamos horas sin comer ni beber nada, 
de repente entre la veintena de casas con las ventanas y persianas cerradas 
que conformaban aquel pueblo 
encontramos un pequeño barecito 
que para nuestra alegría estaba abierto. 
Dani entró primero y yo detrás de el,
 en su interior un joven tabernero nos recibió con mirada seria,
 y a nuestra petición de alguna cosa para comer
 nos mandó al restaurante de al lado del bar,
 el problema es que tal restaurante no existía 
y en el pueblo no había indicios de encontrar más gente 
que aquel extraño tabernero con pocas ganas de ofrecernos cualquier cosas. 
Así, que tras esta extraña situación decidimos volver a la furgoneta 
y proseguir el camino.
Los dos estábamos bajos de energía por el hambre y la falta de sueño,
 pero el mar rugía con fuerza
y nos intrigaba que podríamos encontrar,
 así que proseguimos la costa hasta llegar a algún lugar donde pudiéramos surfear. 
Después de una hora de trayecto,
 bingo!,
 la suerte nos sonrió en forma de lineas ordenadas y tubos,
 con fondo de arena y aguas azules transparentes.
 No había nadie en el lugar 
y sin pensarlo ni un solo momento entramos al agua...