llevábamos todo el día conduciendo,
desde la mañana al medio día
habíamos recorrido los cuatrocientos kilómetros que separan
la capital del norte y la capital del sur
de la basta isla bañada por el mediterráneo.
Los paisajes eran cambiantes y sorprendentemente acogedores,
a pesar de estar tan lejos de casa
y no conocer a nadie tenía una sensación de familiaridad
con el lugar muy agradable.
Por el camino atravesamos terrenos llano,
prados verdes, zonas rocosas y pueblos con aires de montaña.
Pero al llegar a la capital del sur todo cambió,
de repente nos vimos envueltos entre grandes edificio,
monumentos y un tráfico muy intenso.
La ciudad desprendía cierta decadencia
y a la vez una nostalgia de tiempos pasados
de mayor abundancia y bienestar.
Tras un corto recorrido por las calles principales
decidimos huir del lugar en busca de lo que nos había llevado hasta allá,
el mar.
En la furgoneta de alquiler llevábamos todo lo necesario
para pasar varios días en la carretera,
con el objetivo de encontrar olas donde todos dicen que no las hay.
Salimos de la ciudad
y tomamos una vieja carretera con dirección a un pueblo llamado Iglesias,
para una vez llegar a Iglesias proseguir hasta la costa...